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Aizuwakamatsu, la joya de la artesanía japonesa desapercibida en Fukushima

Arropada entre las montañas de Fukushima, la ciudad de Aizuwakamatsu es un bucólico y desapercibido destino del noreste de Japón con una tradición artesanal de lacas y cerámicas de más de 400 años de antigüedad que languidece por el despoblamiento.

Rodeada de arrozales y estampas naturales como el lago Inawashiro o el monte Bandai, un estratovolcán, la localidad es conocida por su legado vinculado a los guerreros feudales y por haber sido escenario de una de las batallas más cruentas de la guerra civil que enfrentó a partidarios del shogunato y del emperador en el siglo XIX, la Guerra Boshin, que marcó el ocaso de los samuráis.

Fue amparada por un señor feudal, Gamo Ujisato, quien gobernó el castillo de Aizuwakamatsu (o Tsuruga) tras ser nombrado señor de Aizu por el daimio Toyotomi Hideyoshi, que la ciudad comenzó a producir lacados en la última década del siglo XVI.

La gente de la región abrazó a la laca como parte de su cultura y no tardó en convertirse en uno de los centros de producción más importantes, con el proceso gestionado íntegramente en la zona, desde el cultivo de árboles hasta la elaboración del producto final.

LACAS CENTENARIAS

El denominado Aizu-nuri se caracteriza por su laca negra y roja brillante, obtenida a partir de óxido de hierro y de mercurio; y las decoraciones con la técnica maki-e, que resalta partes del lacado con polvos antiguamente de oro y actualmente de diversos colores obtenidos de aluminio tintado, explica el maestro Kousai Nakamura.

Pese a que la base principal de los utensilios y muebles que se utilizan sigue siendo la madera, Nakamura reconoce que el plástico se usa cada vez más para abaratar costes y productos.

Los magistrales trazos a mano han dado paso también al uso de impresiones para agilizar la decoración.

Nakamura, de 65 años, tiene más de cuatro décadas de experiencia en el arte del lacado y forma parte de la compañía Suzuzen, fundada en 1832 por Suzuki Zenkuro, el proveedor de laca para el clan que gobernaba el feudo en aquel entonces.

Pero, según cuenta a Efe, no se formó en Aizuwakamatsu, sino en Kanazawa, en la costa occidental del país.

Pese a que llegó a haber cientos de negocios dedicados al negocio de la laca en la ciudad, se han reducido drásticamente. En 1987 había 183 y actualmente, 34. La caída de la demanda y la falta de sucesores al frente de las compañías son los principales motivos.

La localidad, de 118.500 habitantes, atraviesa una delicada situación de despoblamiento, con una reducción anual de unas mil personas. El 60 % de los estudiantes de la Universidad de Aizu son de fuera del territorio y el 80 % encuentra trabajo en el exterior.

Con el objetivo de que las técnicas centenarias del Aizu-nuri no cayeran en el olvido, el sindicato local que gestiona el negocio de la laca estableció en 1971 un comité para acoger a gente que quisiera aprenderlas y transmitirlas a las nuevas generaciones.

CERÁMICA PROPIA

Además de cultivar el arte de la laca, los pobladores de Aizu encontraron en la cerámica otro sector de desarrollo.

Allí nació el Aizu Hongo, el tipo de alfarería más antiguo de la región de Tohoku que, una vez más, se asentó en el municipio de la mano de Ujisato, cuando éste mandó realizar las tejas para los trabajos de renovación del castillo de Tsuruga.

Esto llevó a la fabricación posterior de piezas de cerámica de uso cotidiano como tazas, teteras, floreros o frascos de sake, hasta llegar a los más modernos aislantes eléctricos.

En el momento de mayor popularidad había más de cien alfarerías en la ciudad, pero actualmente quedan 13.

Una de ellas es Ryumonyaki. Fundada en 1902, en el presente es el principal proveedor de aislantes eléctricos para postes de la mayor empresa eléctrica de Tohoku y Kanto, donde se sitúa Tokio.

De sus hornos salen una media de entre 1.000 y 1.500 piezas al día fabricadas a partir de una preciada piedra extraída del monte Okubo, explica el gerente del negocio, Junichi Watanabe, que mantiene el negocio abierto a los visitantes.

Pero los encantos artesanales de Aizu, popular entre senderistas y esquiadores, siguen pasando muy desapercibidos para los viajeros.

Obviando el aciago 2020 para la industria turística, una media de 3 millones de personas visitaron Aizuwakamatsu anualmente antes de que estallara la pandemia. Menos de un 1 % fueron extranjeros.