Mantequería Andrés, el ultramarinos con más solera

Sara ha venido a buscar arroz con leche de Casa Gerardo y por supuesto, la llaman por su nombre, es una habitual. Otro cliente pasa a por rosquillas mientras un chico joven pide mejillones, pero no cualesquiera, sino de la marca Ramón Franco.

Si tuviésemos que enumerar todas las delicias que venden en Mantequería Andrés, esta pequeña tienda del sur de Madrid, no tendríamos renglones suficientes: tanto si eres goloso, como si lo tuyo es lo salado te lo garantizamos… de aquí sales con algo. Moscovitas de Oviedo, huevos de Casa Lucio (los que compra también la Casa Real), yogures Pastoret, mantequilla Las Nieves, palmeras de Morata de Tajuña… es como un zoco de productos gourmet. Y nadie diría, considerando los escasos metros cuadrados de tienda donde se despacha a los clientes que todo eso cabe en esa tienda, pero así es y así lleva siendo desde 1870. Casi nada.

Al frente, la segunda generación, aunque la primera (el padre) todavía pulula por el almacén y la tercera hornada (el nieto) atiende en uno de los mostradores. Todo queda en casa: “La mantequería siempre estuvo aquí, la fundó un tal Alejandro de la Coz, luego tuvo dos dueños más. Uno de ellos era el jefe de mi padre, que se tiró aquí sesenta y tantos años. Luego mi padre, otros sesenta y tantos años. Y luego continuamos mi hermano y yo. Y ahora mi hijo, que también está con nosotros. Tengo 56 años, dejé de estudiar a los 16 y ya llevo aquí 40 años, aunque parece que vine ayer”, confiesa Andrés de las Heras.

Son propietarios del local, que tiene unos 100 m2, aunque el despacho donde se atiende al público es pequeño: “Lo que tenemos que tener es almacén, porque aquí prácticamente los productos que se compran se hace de campaña en campaña. Cuando es la época del pimiento, el pimiento; cuando la época del espárrago, el espárrago… La bodega está muy bien porque bueno, siempre hay la misma temperatura en verano o en invierno. Los vinos se conservan ahí de maravilla y los jamones igual”, nos explica de las Heras.

Dice que el origen de la palabra mantequería viene de las Mantequerías Leonesas, que ya cerraron y que cada vez son menos los negocios como este en Madrid: “Lo que denominamos mantequería es lo que antes se denominaba ultramarinos, porque traían las conservas de ultramar”, aclara.

Ellos, como ya hemos dicho, traen de todo, muy selecto, de todas partes y lo van descubriendo en sus viajes o son los propios clientes los que ejercen de prescriptores: tienen más de 2.000 referencias. Y suelen acertar con lo que traen: “Por ejemplo, cuando salieron las cervezas artesanas fuimos los primeros en tenerlas, ahora se encuentran en muchos sitios, pero al principio no las había. Entonces tienes que estar siempre estudiando, innovando”.

A la hora de ver todo lo que venden, “Nos ha ayudado mucho la página web porque en la tienda física no lo puedes ver todo y en la web se ve todo muy bien. Aceptamos pedidos por teléfono, por whatsapp. Nos falta el carrito en la web, pero lo tendremos en breve. En la pandemia estuvimos un mes cerrados porque tuvimos un continuo volumen de pedidos telefónicos y tuvimos que atenderlos”, aclara.

Andrés nos cuenta que su tienda la tienen coqueta y chula (es un vendedor nato, damos fe) y que, aunque los suelos están gastados (150 años de historia dan para muchas suelas de zapatos) están a la última, con sus máquinas de loncheado, de envasar al vacío, sus pantallas digitales… “En la tienda no podemos hacer grandes reformas, es un local protegido, un edificio protegido hay que tenerla lo mejor posible, pero respetando, pertenecemos a patrimonio madrileño. Sobre el suelo en su momento hice una encuesta a los clientes preguntándoles si se mantenía el original, desgastado en los dos mostradores donde pisa el público. Todos nos pidieron que mantuviésemos el suelo y no pusiésemos tarima”, dice con orgullo.

Aquí se han conocido las cartillas de racionamiento, el comprar de fiado (ya no se fía, por si dudáis…) Este es un trocito de historia, pero se sigue vendiendo con la misma ilusión que si fuese el primer día de subir la persiana: “¿Que qué me gusta más a mí de lo que vendemos? Uff… mi perdición es el dulce, pero tengo el azúcar alto. Me gustan mucho los postres, la tarta de granada, los piononos… Todo eso me encanta, lo que pasa que bueno, no se puede tomar lo que uno quiere”.