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Raphael: «Me gusta pensar que mi gran noche está por llegar»

Linares, 1943. España despierta poco a poco, en blanco y negro, de la pesadilla de la Guerra Civil. Mientras, el mundo sigue con atención cuanto está aconteciendo en la IIª Guerra Mundial. El hambre es un hecho cotidiano para las gentes que rumian con dignidad la crueldad silente de las cartillas de racionamiento. Los índices de analfabetismo se sitúan cerca del 25%. El panorama, a priori, resulta poco halagüeño. Sin embargo, esos hombres y mujeres no son conscientes de que -gracias a su sacrificio y esfuerzo- serán quienes lleven a su país a un período de prosperidad y crecimiento. Tampoco imaginan que, entre ellos, está naciendo un niño llamado a profetizar con su música todo lo bueno que ha de venir: Rafael Martos Martín.

Muy pronto, Francisco y Rafaela -sus padres- se ven obligados a trasladar la familia a Madrid en busca de trabajo. Sitúan su residencia en un piso cercano al Colegio de San Antonio de cuya escolanía entra a formar parte el pequeño Rafael. Poco puede sospechar, desde el coro superior de aquella iglesia, que en apenas unos años llenará el Teatro de La Zarzuela, el Teatro Olympia de París, el Madison Square Garden, estadios de fútbol y plazas de toros como uno de los artistas españoles más escuchados de todos los tiempos. Pero, con tan sólo 9 años, su voz es catalogada como la mejor de Europa y, en 1962, su presentación en el Festival Internacional de la Canción de Benidorm causa gran conmoción a propios y extraños. Desde ese momento, su ascenso hasta la definitiva consagración es imparable.

Ahora, Raphael ofrece 6.0, un disco con el que celebra sesenta años sobre los escenarios, interpretando temas de grandes autores junto a artistas de primera categoría. Un canto de amor a la música y a una vida que le dio una segunda oportunidad el 1 de abril de 2003, cuando un exitoso trasplante de hígado le regaló un tiempo nuevo y nos permitió seguir disfrutando del que es uno de los grandes genios de la música española de los últimos tiempos. Así lo ratificaron las dos noches de éxito en el madrileño Wizink Center con las que cerró el 2020.

Dice el tango que veinte años no es nada. ¿Sesenta tampoco?

(Sonríe) Sesenta sí lo son. Sobre todo son un premio a mi constancia, a mi vida. Siempre he querido ser un artista longevo, estar mucho tiempo en el escenario. Pero jamás esperé estar en las condiciones que estoy, manteniendo mi voz intacta. Eso es lo que me hace ser feliz a día de hoy.

¿Por qué en 6.0 ha decidido cantar canciones de otros y no revisar sus grandes éxitos?

Mis canciones salen en cada disco y están escritas, cantadas y contadas en cada trabajo con una intención o dentro de una emoción determinada. Pero creo que cuando se trata de celebrar tienes que hacer algo extraordinario, que se salga de lo que haces normalmente. Entonces, he decidido cantar canciones de otros que me han gustado siempre. Y, además, lo he hecho libre de complejos. Es algo que no sólo he hecho ahora, sino toda la vida y llevándolas a buen puerto. Es decir, han sido éxitos. Hay artistas que prefieren centrarse en sus temas por mantener un estilo. En mi caso, pienso que el estilo lo imprimo yo y no estoy cerrado a nada.

¿La interpretación ha sido clave en su éxito?

Creo que sí, pero no ha sido algo forzado ni provocado. El artista nace. El carácter del artista, me refiero. Es algo que no se aprende ni se puede adquirir a fuerza de ensayar porque cuando algo es impostado se desvanece pronto. Se nota mucho. Hay que ser natural, auténtico. Mostrarse con verdad también es una forma de entrega.

¿Los escenarios lo han sido todo en su vida?

La vida es mucho más que los escenarios, aunque sí es cierto que los escenarios han estado siempre presentes en mi vida. Y la gente. Porque lo importante de los escenarios es que subes a ellos para entregarte a la gente. Y, en 2020, por primera vez, he estado varios meses sin cantar en público. Han sido ocho meses en los que me he sentido mudo. Los tres primeros fueron tremendos. Luego, en verano, empecé a inventarme este disco.

¿Siempre supo que quería ser el artista que hoy es?

No siempre tuve claro dónde quería llegar. Eso es más bien algo que ha ido dándose de forma sencilla, con naturalidad. Lo que siempre he tenido claro, porque lo viví y lo palpé en mi propia familia, es que el camino era trabajar, trabajar y trabajar. Y el tiempo creo que me ha dado la razón. Siempre he sido muy perseverante y aunque algunas cosas quizás no hayan salido significan muy poco en comparación con tantas que sí se han hecho bien.

¿Era obligado incluir Resistiré en este disco por las circunstancias que hemos atravesado?

Sí, pero además es que hace como dieciocho o veinte años que ya me lo había pedido mi mujer y no encontraba el momento de cantarla porque mis discos tienen siempre un hilo conductor. Y, por otra parte, me parecía que el Duo Dinámico ya la cantaba muy bien. En esta ocasión, como ha sido un disco especial para celebrar un aniversario, ha sido la primera que he incluido.

¿Con qué artista de los que aparecen en el que hasta el momento es su último disco ansiaba más compartir micrófono?

Todos son unos profesionales increíbles y personas que entienden muy bien mi forma de hacer. Son todos maravillosos. Me lo he pasado muy bien. Es bonito porque aprendemos unos de los otros. Estas experiencias son siempre enriquecedoras.

¿Cómo se logra sobrevivir y supervivir tantos cambios generacionales manteniendo e incluso incrementando
el éxito?

En eso los padres tienen mucha culpa. En las casas se ha escuchado mucho a Raphael. Es una teoría que hace un tiempo me costó un aluvión de tuits en los que muchos jóvenes me decían “voy a verte porque me apetece, no porque me lo diga mi padre” (se ríe).

¿Cuál ha sido su gran noche?

Recuerdo tantas y con tanto cariño que no podría elegir una. Pero me gusta pensar que mi gran noche está por llegar.